Zapateando la Habana

Calzados

Mi primo Santiago usaba su único par de calzados maltratados por los azotes implacables del concreto, un tiempo imparcial, el chapapote, la fricción de las escaleras métalicas de una Leyland o una pegaso con carrocería emsablada en un taller de la Isla, no le favorecía el ambiente de humedad, los charcos después de un torrencial. Los huecos que eran casi comparables a un agujero negro intergálactico.
El agua penetraba con furia bajo ráfagas de aguaceros de temporada o tal vez cuando el agua anegaba las aceras y calles de Pocito y Belascoaín.
Tampoco la ferocidad de los rayos del astro Rey, le ofrecian longevidad.
Una vez su vista se enfocaba en mis gastados zapatos carmelitas ambulantes. Eran de mis mejorcitos, y que atestiguo que recorrieron todos los barrios y recovecos de la Capital. Les daba betún y la fricción del cepillo y paño de limpiabotas, los convertian como por arte de magia en luceros brillantes y sobre todos en noches estrelladas de calor Caribeño.
Me dijo, Rigo que bonitos zapatos. Y yo con tristeza y lastima les mire los suyos. Le dije, primo si tuviese otro par te los regalaria.
Santiago creció en New York y por capricho de su familia, alla por 1968 decidieron irse a la Habana a vivir. Santiago tenia una novia muy bonita, estaba en “ High School” y con una carrera asegurada. En aquel tiempo hermoso, las empresas Americanas ofrecían buen empleo y estudios grátis a los que se graduaban con buenas notas académicas. Al cabo de los años, mi Tio se divorcia. Y Santiago se casa tiene hijos pero luego su mujer lo deja por otro.
Como era ciudadano Americano, era discriminado por el Estado. El conocimiento de un Inglés perfecto y una buena educación, no le servian para nada. Le ofrecian siempre como empleo: trabajo físico poniendo rieles o cazador de cocodrilos.
En ese triste disyuntiva, se anego en la alienación y la pobreza extrema. El humilde y bondadoso, callado y noble, acogia su existencia con resignación y optimismo. A pesar de las penurias no se quejaba.
Mi par de zapatos “ Rampa arriba, rampa Abajo” como andarin Carvajal, dejando degastes de suelas por doquier, desde reconditos de calles adoquinadas del Casco histórico de la “vieja con colorete” y zona de edificios apuntalados, callejones como el de Chavez en Centro Habana, o montado y apolimado como sardina en lata en muchas de las rutas de guagüas; en la hora pico, bajo el vaivén y el tropelaje de la gente y su empujadera.
Ya sea en Santa, Maria, Guanabo, La Playita 16, 8 y 25, 12 y 23, Santo Suarez, La Vibora, Pueblo Nuevo, El Cerro, Marianao, Pogoloti, Los Pinos, Miramar y el Vedado entre muchos otros más. Mis zapatos eran guerreros sazonados por las visitudes de un campo de batalla. Ni los calzados del Quijote durarón tanto.
Un día cuando me aprobarón mi permiso de salida para España. Empece a regalar y a vender por necesidad mis bienes materiales. Nada fácil, pues una vez que te dan la salida, te decomisan la tarjeta de racionamiento. Y sin “jama”, ni sin pincha, ni sustento, el suicidio, ni la hambruna, son opciones adecuadas, sabiendo que una gran oportunidad se vislumbra en mi horizonte.
Pues le traigo a mi primo mis zapatos ya gastados, y me vino a la mente los “zapaticos de Rosa”, del Apostól. Si hubiese tenido una camara, lo hubiese grabado. Jamas se borrara de mi memoria la alegría que experimentó Santiago; cuando yo le entregué mis queridos zapatos de andanzas.
Creo firmemente que nada se pierde, por que que donde quiera que vamos, dejamos pedacitos de nuestro ser en formas de vibraciones sub- atomicas, para toda la eternidad.
En los noventas, Santiago como ciudadano Americano, logra salir del país.
Rápidamente consigue dos empleos, uno con Motorola en Boynton Beach y en Home Depot.
Lo llevo al Palm Beach mall y le compre ropa a mi primo y calzados nuevos Americanos. Y en un año fallece a los 41 años de cancer.
Y mi corazón contrito, le da homenaje en este recuerdo a su memoria. Adios Santiago, Dios te acogió en tu verdadero hogar con Amor verdadero y paz.
Y recuerdo que me hablo de su enfermedad y que el no temia a la muerte. Sabia que somos almas immortales y que la tierra es una escuela para aprender amarnos los unos a los otros. El llevaba a Cristo en su corazón.
Lo siento hermano, ¡God Speed mi primo!

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