Aventura en la Montaña Mágica

Navacerrada

En el gélido invierno de 1979, por primera vez, me aventuré a las montañas nevadas de Navacerrada, en España.
Un par de turistas amigos y yo salimos de la estación de tren de Madrid Atocha hacia la montaña. Tuvimos que cambiar de tren, porque no hay estación de tren directo a Navacerrada.
En nuestro viaje viajamos en tres trenes RENFE.
El momento más emocionante fué cuando estábamos ascendiendo en una vieja locomotora cuesta arriba y habían varios pequeños puestos de avanzada; con grandes termómetros que indicaban temperaturas bajo cero. Los dígitos estaban en la escala negativa.
Cuando llegamos, nos dirigimos directamente al puerto de esquí de Navacerrada o también conocido como Puerto de Navacerrada.
Luego nos separamos y decidimos reencontrarnos a la hora del almuerzo, en un restaurante prominente en el esqui del recurso.
Fui por mi cuenta y fue muy emocionante, ir ladera abajo por la ladera de la montaña a una vertiginosa velocidad.
Es un reto, el descenso sin poseer ninguna experiencia alguna de esquiaje. Y mi emoción intensa, ahogó todo sentimiento de pavor.
El paisaje y la belleza de las montañas eran espectaculares.
Me quedé mirando asombrado por el dosel, de árboles hermosos cubierto de nieve blanca; que se veían en la distancia; pero a esa altura, me parecieron árboles ‘bonsai’ en miniatura. Todo es relativo a la perspectiva de esas alturas.
Luego comencé a ir cuesta abajo por la cuesta blanquecina, y mientras bajaba, noté que iba cada vez mucho más rápido…
El sendero de nieve blanca se convirtió en un lienzo gigante y mucho más hermoso; que me dejo sin aliento, a la vez hacía mucho frío. Pero no lo sentía del todo, debido a mi adrenalina y estado euforico.
Entonces, decidí frenar un poco, para aminorar la velocidad; pero realmente no sabía cómo hacerlo.
Luego experimenté una ensoñación placentera y una profunda felicidad, mientras mi cuerpo se deslizaba con el movimiento por la gravedad que me atraia hacia los árboles.
La paz y la alegría se apoderaron de mí y deje de pensar.
Mis ojos se enfocarón en ciertos árboles, y luego mientras me adentraba profundamente en el bosque; comencé a maniobrar en modo de zig zag entre los gigantes agraciados; para asi evitar una colisión abrupta.
Abracé sútilmente el primer árbol, pero no me detuvó por completo y noté que mi velocidad disminuyó un poco. Seguí ladera abajo.
Luego comencé a bailar y balancearme alrededor de los venerables árboles como si de alguna manera supiera cómo hacerlo, a la misma vez buscaba la parada perfecta, rodeé algunos árboles más y cuando los toqué suavemente, sentí como que me abrazaban.
Hasta que, finalmente casi que me detengo por completo, pero decidí continuar mi viaje cuesta abajo un poco más, hasta encontrar mi rumbo hacia uns telesilla, que me llevaría de regreso al pintoresco ‘Village’ y la estación de esquí. En el instante que me detuve fue cuando tropece con restos de troncos de un árbol, la densa nieve amortiguo el impacto.
¡Finalmente! Encontré los carros de cable en movimiento subiendo constantemente hacia la cima de la montaña.
Salté a uno de ellos y cuando llegué allí, me di cuenta de lo lejos que aún estaba de mi destino. Mis orejas, nariz estaban casi congeladas. Y el viento fuerte no cooperaba con ventiscas esporadicas.
Cuando llegué a la aldea, busqué refugio en el restaurante y evité aún más una condición de congelación. Ordené de almuerzo: Los frijoles gigantes o Havas blancas más deliciosos que jamás he comído… entonces mi cuerpo comenzó a calentarse y volver a la normalidad.
Una aventura que nunca olvidaré. Mirando hacia atrás ahora sé lo loco que estaba

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